jueves, 2 de octubre de 2008

Una pastilla llamada Prozac...




No hace mucho contraje una enfermedad occidental. Se trata de un virus que se perpetúa en el aire y que altera el corazón. Su particularidad es que no tiene una condición degenerativa; desaparece con el tiempo o en el peor de los casos, convives con él por el resto de tu vida. Los síntomas son claros, ralentiza los latidos cardiacos segregando neurotoxinas que se filtran en la sangre produciendo sensaciones de angustia hasta depresión.

“No hay cura” - Dijo el médico - “Solo cabe esperar“ -Y extendió de su mano múltiples recetas para el dolor solapar.

Me pasé los días acudiendo a farmacias, tanto de día cómo de noche. Buscaba con ansia las pastillas que durante un tiempo limitado recuperaba mi constante vital. Algunas eran más grandes, otras más pequeñas. Algunas dejaban incluso un buen sabor de boca, y en otros casos la experiencia era fácil de olvidar. Debía guardar cama pero no reposo y de pastilla en pastilla cedí mi cuerpo a la medicina en pro de volver a un estado normal.

Un día, el día de San Juan, probé una medicina del mundo moderno llamada Prozac. Procuré la receta, pero no parecía ser de fiar. Me lo pensé unos días, y tiempo más tarde, deslicé su contenido en mis labios. No era dulce, ni de sabor amargo, pero sus efectos duraron algo más. Conocía los contras de repetirlo, sabía que las contraindicaciones eran grandes y que en un par de meses el tratamiento debía de finalizar. Aún así, cansado de contener el dolor, lo hice de nuevo, a oscuras me mantuve cómplice a los riesgos, una y otra vez.

Con el tiempo el Prozac se volvía más dulce, y yo aumentaba la posología y la cantidad. Perdí dinero con él, pero aunque parezca una aberración, no me arrepiento. Día tras día mantenía en el cuerpo más y más de él, volviéndome adicto a una droga que no busqué, si no que encontré por casualidad. Tengo claro que dentro de tres semanas puedo sufrir un síndrome de abstinencia, pero es un pulso a la vida que no pienso dejar pasar.

Cuando sé que se acerca el momento de tomarlo mi pulso vuelve a acelerarse, la angustia cambia de bando y recuerdo que hace tiempo que he dejado de estar enfermo, sólo que ahora... lo consumo a voluntad.

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