martes, 9 de diciembre de 2008

EL COLOR DE TU AUSENCIA




Y a pesar del previo aviso nada de esto lo dejó indiferente. Delante de la parada del metro se le entumeció el cuerpo como hace años, siendo niño, el día de reyes. Justo después de los regalos, cuando las serpentinas caen al suelo y tu padre te dice que prepares la mochila por que mañana hay colegio.

Se quedó quieto y tuvo la sensación de que la calle estaba más vacía, de que la noche estaba más cerrada, de que hacía más frío, de que Madrid era grande y él, pequeño. Carlos no lo sabía, pero la soledad le tenía cogido de nuevo de la mano.

Caminó hacia casa y como hacemos todos tras un largo viaje volcó cada cosa en su viejo sitio, respiró la realidad de la que había escapado y se apesadumbró al ver que la vida le tenía cosido a los pies miles de obligaciones.

Ya no había tiempo para mirar el reflejo de la luna en las nubes, ni de demorarse en besos en el banco del retiro.

Llegó a casa y al ver la cama alargó más el espacio entre él y el mundo. Entre esas sábanas aun calientes había hecho el amor minutos antes, la película a medio ver seguía parada, los platos de la comida que compartieron sin fregar. En esa casa todo permanecia en pausa, y por mucho que lavases las sábanas o fregases los platos la presencia de su ausencia siempre todo lo inundaba.

Carlos se acostó en la cama, se cubrió con las sábanas y buscó el olor del cuerpo que encerraba el corazón que tanto amaba. Quería llorar, quedarse así dormido hasta la mañana.

En vez de eso se levantó y preparó la mochila. Por que mañana, vuelve a haber clase.

lunes, 8 de diciembre de 2008

LAS MAÑANAS ANTES DE QUE TE VAYAS





Será el frío que lamen las calles par al reflejo de un cielo triste revelado en cada charco. La cadencia de luz cálida por la ventana que me recuerda a la extrañeza del verano.

Será el dolor de cabeza matutino que se siempre se torna culpable por haberse demorado en levantarse los fines de semana con la certeza de que no hay citas a las que llegar tarde.

Más que nada será que me he quedado mirándote durmiendo en mi cama; la materialización del fantasma que ronda cada esquina de mi vida en esta etapa.

Será lo dulce que se me queda en los labios después de besarte y la certeza de su amargura cuando se tornan ausentes, al eco de las llamadas perdiendo su calor entre los kilómetros que nos separan.

Será que es Navidad y esas las luces alumbran siempre el hueco que dejan aquellos que echas en falta.

Serán los restos de velas y una cena improvisada que me lo dan todo y me dejan en nada.

Serán muchas cosas que siempre son las mañanas antes de que te vayas.

sábado, 6 de diciembre de 2008

PARA LAS AGUJAS DEL RELOJ




Llegué al festival humano más grande que jamás vieron mis ojos. En él, cada uno de sus espectadores escuchaba su propia música mental proyectando vídeos cerebrales de diferentes grados de realidad. Cada uno con su vida y cada vida de las cien mil congregadas arrastraban un pasado único e irrepetible. Es curioso.

Vivir en una gran ciudad es eso: Cruzar el concierto más grande del mundo de un lado a otro; una y otra vez. A veces de día; a veces de noche. Un evento multitadinario asentado sobre el lugar perfecto para sentirte solo, solo y nadie; nadie y solo, entre millares más. Es irónico.

Entre sus calles; bajo su aire denso y viciado la vida nunca se detiene. Si vieses la playa de Riazor sentado sobre la arena una tarde de Otoño y llegases a Madrid sería como dejar tu coche parado en pleno Gran Vía a las 9 de la noche de un viernes. ¿Y qué haces?

Intentas llevar el mismo ritmo que la gente del metro, la misma prisa de los paseantes, la mirada tan interna, la burbuja tan cerrada. Intentas encontrar una dirección que tomar, tu hueco en los bagones, la emisora que te sintonize. Buscas poner el mapa en el sentido correcto, dejar de encontrarte mareado, totalmente perdido, desorientado. Las ganas de gritar, la forma de exhalar en silencio la presión que se te cuela por los oídos y que te inunda cada vez que algo va mal.

Y Riazor sigue lejos. Todas los castillos que construí en sus orillas parecen haber desaparecido sin haberme dado cuenta. El tiempo allí tampoco se ha detenido. Hay otros castillos, y otros niños, otra vida, una vida lejos que se queda muy lejos de aquí.