domingo, 1 de agosto de 2010

DISCUTIENDO CON MI VIDA




Miras a la gente en el metro. Cada uno en su asiento. Cada uno en su vida. Ves dos jóvenes besándose en frente tuya e indiscreto te quedas mirándolos, ves cómo se miran, cómo se tocan, parecen prometerse a besos y a caricias... y sientes que ya lo has vivido. Una experiencia lejana e ingenua que te regaló la vida en la flor de la inocencia.

Llegas al trabajo y compras un billete sólo de ida. Por que puedes permitírtelo, por que lo necesitas. Por que las parejas en el metro te ahogan.

Días más tarde hundes los pies en la arena. El sol está alto, la orilla a tu lado. Se escuchan graznidos. Paz. Cierras los ojos y piensas en tu vida. En cómo ha ido sucediendo todo, en cómo has llegado hasta ahí. Piensas y piensas, piensas en lo que has puesto delante, en lo que has puesto detrás. Te das la vuelta, almohadas la cara con el brazo e intentas dormir. Por que da igual lo que hayas hecho o en lo que hayas fallado, la vida ha venido como una de esas olas que mueren próximas a tus pies. Llega, espumea sobre la arena y muere para no volver nunca más.

7 años más tarde del primer día de universidad cenas con la gente que conociste entonces. Ahora son amigos que ves una vez al año, son gente que se unió a tu vida y que viven su letanía cada uno en un lugar. Hablan de casarse, hablan de tener hijos. El eterno temático contra dadá. Pienso en ser padre, en sostener a una vida inocente en mis brazos. Me prometo que si algún día reuno el valor para ser padre soltero le daré amor por dos. Dos besos, dos abrazos, dos te quieros cada mañana y cada noche después de cada cuento. Mis coetáneos vuelven sobre la funcionalidad del matrimonio... yo pienso entonces en el amor. Solía pensar que era buena persona, que era guapo y romántico. Pensaba que por tanto el amor me llegaría sin problemas, como legado o título nobiliario que por simplemente ser me pertenece. Culpo a los guionistas hijos de padres separados por hacer películas hipócritas, por enseñarme lo que es amar aún antes de haberlo sentido, por mostrarme a hombres perfectos y escenas de ensueño donde todo es posible cuando en la vida real ser así es perfecto para acabar muerto.

Sigo sin comprar un billete de vuelta. La vida en la playa entre mojitos y amigos se hace más llevadera que volver a la ciudad. Día tras día pospongo mi vuelta, como día tras día empiezo a mirar menos el móvil y siento gusto por desaparecer. Pasa una semana, pasan dos.

Son las doce y media de la noche. Me tumbo sobre la hamaca americana del jardín y dejo que me acune. Corren risas y alcohol por el aire. Yo fumo y miro las estrellas. Pienso en que si nosotros vemos las estrellas que ya se han muerto... desde ellas se ve lo ocurrió en nuestro mundo hace tiempo. Si pudiese estar allí, en una de esas estrellas, podría verme cuando nací. Me gustaría decir a ese niño inseguro y asustadizo que no se esconda, que sea quien es y que nunca deje que nadie le diga cómo o quien debe ser; que no tenga prisa por vivir, por ser maduro y crecer y crecer; que el amor no te lo regalan si no que se construye, y que sabré construirlo para que quien quiera se refugie en él. Me diría que pase lo que pase saldré siempre adelante, que no tenga miedo. Que no haga tonterías, que coma chocolate. Me diría te quiero y me mentiría diciendo que todo irá bien y quizá con una buena mentira a tiempo no tendría que pasarme los días intentando controlar la ansiedad de vivir en un mundo donde es más fácil sentirse herido que respirar.

Quiero llorar. Mi mejor amiga se sienta en la tumbona de al lado. Me mira. Yo la miro. Hablamos de nada y mientras lo hacemos me mira a los ojos. Yo no los esquivo, en ellos puedo verme como soy. Siempre están ahí para decirme cómo soy. Yo no dejo de mirar sus preciosos ojos, su mirada que hace de este mi mundo un lugar increíblemente mejor. Me deslizo y me coloco las chanclas en los pies. La abrazo y como cada noche le digo que la quiero.

Te quiero. Te quiero y un abrazo. Tan poco y tan importante.

Vacío así el odio que hasta entonces sin saberlo llevaba dentro. El odio de la decepción, de los silencios y de las cosas que nunca llegan.

Decido volver a recoger mi vida. Decido coger el primer bus de la mañana e ir a mi casa, a extrañarla y a cuidar lo que tengo. Decido que no voy a volver a dejar que nadie me juzgue o me mingunee, que se acabaron las oportunidades ilimitadas. Decido comprar una perra a la que regalarle el cariño que llevo dentro y con la que ver películas en el sofá. Decido construir una vida como la que kilómetro a kilómetro atrás dejo, sin prisa, con tiento. Secarse las lágrimas por lo que no llega, mirar las estrellas, dar abrazos y decir te quiero.

Llego y vuelvo a dormir en mi cama con mi vida.