jueves, 3 de junio de 2010

EL HOMBRE DE BLANCO



Una parte de mi es descendente. Gusta de los cafés y del alcohol servidos en vaso grande y ahogados en sonrisas disfrazadas para acabar en su resaca mirando perdido y con la mirada baja los resquicios de un tiempo mejor. Una parte de mi teme al mundo, a lo que fue, a lo vivo y a lo que vendrá.

Esa parte goza de tardes en cama, mira con aprecio la lluvia, late notas de piano y huele a dos días sin duchar. Esa parte observa el mundo desde el banco de los recuerdos, viste gafas de sol opacas e implora besos y abrazos por igual.



Otra parte de mi es ascendente. Gusta de la vida a cada paso, contempla satisfecho su composición de detalles y sonríe sincero mirando a su alrededor con pupilas tintineantes. Esa parte de mi adora lo que fue, en lo que me convirtió y se queda inmóvil en el presente alardeando jovialmente de ser quien es, tener lo que tiene y vivir lo que vive.

Esa parte de mi goza de tenderse al sol sobre un mundo rural, de lo verde y amarillo, del olor a monte y del olor a mar. Trae a su mente oleadas de recuerdos de cariño y de afecto, de aventuras escritas en su libro de tapas duras. Vibra con la música, el cine, la comida y de los refrescos tendidos en terrazas junto al mar.

¿Quien soy yo? Un equilibrio perfecto entre mi propio bien y mal, la batalla entre el blanco y negro de mi yingyang interno, una emisora de latidos a alta frecuencia que deambula entre lágrimas saladas y sonrisas dulces.

A veces triste, a veces pletórico, a veces derrotado y otras victorioso, tan alto como bajo al igual que gordo que delgado como feo que guapo o como solo que arropado.

Tan simple como ser el chico que viste de negro o viste de blanco, dos caras de una misma moneda, la ola que sube y la ola que baja

Hoy vuelvo a poner timón rumbo al Sur. Al lugar donde nunca he sido más feliz, piloto con pantalones de lino y dejo que el sol me ciege y atraviese mi mirada. Hoy dejo la ciudad para ver el mar volverse plateado bajo la estrella del día y sin quererlo la vida me demuestra que puede ser perfecta si la miras desde la costa adecuada. Así que tiro ancla, me varo en mi playa y decido que hoy y durante todo el tiempo que pueda me escondo entre palmeras, entre sueños e ilusiones, canto bajo el agua, doy paseos sin camino, impregno en mi piel el olor a verano y luzco radiante y moreno, relajado y finalmente... feliz.


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