domingo, 13 de junio de 2010

DIBUJANDO SUEÑOS

Dibujar nuestro futuro no es sólo una forma dulta de soñar... dibujar nuestro futuro puede convertirse en nuestra brújula personal cuando sentimos que no sabemos a donbe ir.

Era de noche... y Alex soñaba.


La cálidez de un nuevo amanecer se colaba en la habitación inundándo todo de colores naranjas y dorados. Las venecianas de madera dibujaban líneas de luz en su cara y en su cuerpo. Ni un sólo ruido. Sólo paz.


Cada mañana al despertarse Alex miraba a través del ventanal... observaba el horizonte verde que un día había elegido con su marido para ser la primera cosa que pudiesen ver cada día de sus vidas. Una postal perfecta que cada nuevo día se emergía en coloresde colores bajo cielos normalmente despejados.

Con los años había aprendido que algunas costumbres son necesarias para el cuerpo y para el alma: Se incorporaba, colaba entre los dedos de los pies sus chanclas griegas, se asomaba a la luz, soltaba la cerradura de la ventana y dejaba que el aire y color de la mañana lo inundase todo. Obsevaba sin prisa la belleza de la naturaleza, sus pequeños cambios, sus detalles; y luego, como un ciego, cerraba los ojos para sentir el cambio de la temperatura en su cuerpo y oler la brisa fresca del alba con la mayor intensidad. Ese olor era el mejor incienso, el perfume que quisiera poder atrapar el resto de sus días.


Su marido, Oscar, solía decirle que en esos momentos sus ojos se volvían más bellos que nunca: frente a ese mundo verde, con la mirada perdida en la luz sus iris de color avellana se volvían mieles, dorados y translúcidos.


Acariciaba con su mano enjabonada su propio cuerpo y extrañaba los abrazos desnudos que tantas veces su amor le regalaba. Luego disfrutaba de la cortina de agua tibia que desprendía la espuma de su piel dejando esta limpia y aromatizada. Crema, colonia e higiene dental para honrar su propio cuerpo.


Con los vaqueros y camiseta puestos se acercaba con tiento a la habitanción de los niños. Ana, de 6 años, siempre siempre guardaba a lo largo de todo su sueño la misma posición que tenía 8 horas antes, cuando el cansancio la vencía. Sin embargo a Carlitos, de 3 años, había que vigilarlo siempre a media noche; y aún así, cada mañana, tenía de nuevo la manta en el suelo. Se movía en sueños sin descanso, pero indiferente a donde las aventuras de sus sueños le llevaran, sostenía siempre a su peluche, llevándoselo siempre allá donde fuese.


Oscar me hizo prometer que todos los días de su vida les despertaríamos besándoles las mejillas, así que aún en su ausencia me sentaba en el borde de cada cama y los besaba y les hablaba al oido hasta que poco a poco se despertaban. Ana tenía el buen humor mañanero de su padre. Carlitos era menos influenciable.

Se duchaban y se vestían bajo mi cercanía y supervisión; y lo hacían rápido sobornados por un buen desayuno y dibujos animados.

Una vez en la cocina exprimía las naranjas que el vecino nos regalaba de su finca. Rellenaba los cuencos con copos de avena y los cubría en leche entera, los vasos con el zumo y sobre un plato era rutina cortar y pelar algunas de las piezas de fruta de temporada. Un desayuno de colores y sabores, exuberante y completo, siempre rotativo para desblindarlos de las costumbres culinarias y que tuviesen un paladar culto y tolerante.



La noche se desvanecía... y Alex despertó.

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