sábado, 2 de enero de 2010

La eterna nochevieja.


A medida que el último día del año se va colando por el horizonte la noche se va extendiendo por todo el país. Más allá de los letreros luminosos, de las farolas que pernoctan las calles y las viviendas encendidas que acogen a los previsores se suman los farolillos entre los árboles, los motivos navideños, los escaparates decorados, y con los fuegos artificiales la torre Eiffel se viste de amarillo y la torre de Hércules este año de azul.

A medida que las uvas van desapareciendo de sus cajas los pasos se apresuran, los latidos se aceleran y todos los que nos consideramos personas de última hora correteamos por entre las horas para llegar a tiempo al destino donde has decidido cenar.

En las familias mientras la madre vigila la comida, los platos se colocan de manera especial en una mesa que hoy parece brillar más de lo normal. Se ultiman las decisiones de vestuario, peluquería y maquillaje, se firman los planes, se rellenas la carteras y el hermano pequeño cuida de que no haya una uva de menos ni de más.

Para muchos la música se para por momentos y se desenfocan las luces del árbol de navidad. La abuela recuerda al abuelo que ya no está, la madre cuyos hijos este año la dejan sola para cenar y todos los desafortunados que perdieron cosas en el camino que no pueden recuperar o no supieron encontrar. A veces la magia llega como nieve envolviendo al que por sorpresa ocupa un plato más. Entonces suenan los descorches de botellas, las copas al brindar, los besos familiares, los tímidos y los de cordialidad.

Sin embargo hay taxistas que guardan las uvas en la guantera, currantes que evitan los relojes y solitarios que apagan las luces para no ver que tras su sombra no hay nada ni nadie más.

Los minutos corren en cuenta atrás cuando los chistes se dispersan, el alcohol sobresale de las copas, los nervios se evidencian, las uvas se sostienen y las risas se disparan. Se mira para atrás, para los lados y con lo puesto miramos con más o menos optimismo el televisor rezando para que el destino reparta bien las cartas.

Los últimos doce segundos del 31 de Diciembre del 2009 nos trasladan al 1 de Enero del 2010. Pero de lo que nadie parece ser consciente es que lo mejor siempre está por llegar, lo mejor del año son los siguientes doce segundos. Son los segundos del año donde más besos se dan, más risas se conceden, donde se funden más abrazos y las llamadas se pierden en un mar de intenciones y de lazos que duran un año más. ¿A quién abrazaste? ¿En quién pensaste? ¿A quién intentaste llamar?

Y la noche más vieja del año muere un año más.

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